Lunes de resaca tras el Congreso Nacional de Terapia Familiar celebrado en Cartagena, aun con las conversaciones presentes y continuando en mi interior, pidiendo ser compartidos para seguir brotando y creciendo en otros interiores.
Que rico poder compartir con tanta gente en un lugar con tanta historia y cultura como Cartagena, y es que la terapia no es otra cosa quizás que historia y cultura. Últimamente mis diálogos pierden en ocasiones la referencia externa al trabajar en mi propia consulta, sin tener cerca otros compañeros/as, sin depender de instituciones ni organizaciones que me devuelvan su mirada para darle sentido a la mía. De repente cientos de personas con acentos, experiencias y reflexiones diferentes y a la vez comunes, que bueno poder escuchar al otro/a para poder escucharme yo mismo.
Como siempre estos diálogos me llevan a sentirme acompañado, a darle un sentido a lo que hago, a encontrar ideas, técnicas y posturas para revisarme a nivel personal y profesional, y también para quizás verme en la oposición ante aquello con lo que no resueno.
Por lo tanto, me llevo muchas cosas, sobre todo reafirmo el componente relacional de la práctica terapéutica, ya desde la Teoría del Apego en la primera infancia, cada vez más presente en los diálogos sistémicos, apoyado desde las neurociencias actuales, poniendo foco en un tricerebro que responde a las relaciones de seguridad, donde la capacidad de dar amor es fundamental, entendiendo el amor como la capacidad de conexión y también de diferenciación. ¿Cómo brindar nosotros una relación de seguridad en el contexto terapéutico que facilite relaciones sanadoras de conexión y diferenciación? Una pregunta fundamental con múltiples posibilidades de respuesta que se han dado a lo largo de estos días, y en los cuales no voy a profundizar en estos momentos, quizás porque aun necesito madurar las respuestas, y quizás también las preguntas.
La temática del Congreso era la Violencia, la violencia en la infancia, en la pareja, en la familia…etc…, la violencia como respuesta a un contexto no seguro, no amoroso. Ante esto me surgen algunas reflexiones, y quizás aquí se remueve mi “yo crítico”. Como pensadores sistémicos creo que estamos limitados por varios conceptos con los que nos hemos identificado y que no nos permiten ser del todo coherentes con lo que significa una mirada relacional más amplia. La palabra “Familia”, la palabra “Biológica” y la palabra “Clínica” también han resonado mucho estos días en el Congreso, aun más que la palabra “Apego”. Entender la Violencia desde una mirada centrada en lo “clínico”, lo “neuronal” y centrado en la “familia”, nos lleva a no observar y analizar el contexto cultural más amplio en el que estamos inmersos, y es que las relaciones de opresión, de inseguridad y las dificultades para sentirnos conectados y diferenciados tienen que ver con los valores, las creencias, y las políticas trasmisoras de dichos discursos que se dan en nuestra tradición cultural. He percibido poca mirada social sistémica, poco análisis de los discursos ideológicos dominantes y mucho enfoque psicopatológico, donde como expertos clínicos nos situamos fuera del sistema de relación, observando a las familias y personas como objetos a los que analizar, para volverlos a recolocar, salvando esto siempre con la coletilla «alianza terapéutica», como una mera estrategia para conseguir los objetivos, y no como una postura ética, social y política.
Creo que el pensamiento sistémico tiene que recuperar su mirada trasformadora de la sociedad y no ser un elemento biomédico al servicio de la misma. Es cierto que no promovemos la medicación y es cierto que no ponemos foco en la persona sin tener en cuenta su contexto de relaciones familiares, pero creo que hay que seguir ampliando y creo que ahí llevamos mucho tiempo ya, acomodados, perdiendo parte del pensamiento crítico que dio su origen a la mirada sistémica.
Creo que tenemos una responsabilidad como facilitadores de miradas amplias, favorecedoras de relaciones amorosas que permitan conexión y diferenciación, y quizás para ello acomodarnos a las teorías y a las etiquetas (estructural, colaborativo, narrativo, estratégico, psicoeducativo…) donde las “eminencias” sean los principales protagonistas a los que idolatrar, no ayuda demasiado. He percibido pequeños intentos de ampliar, acompañar las ponencias magistrales de pequeños diálogos entre ponentes y con el público, mucha gente joven con grandes ideas y aportaciones, propuestas y cuestionamientos…aire fresco que me hace pensar que esto está en trasformación y que es nuestra responsabilidad ir ampliando y abriendo. Me voy con reflexiones sobre cómo yo puedo ir asumiendo mi parte de responsabilidad, cómo incluir la crítica con amor, para poder conectarnos y a la vez favorecer el movimiento a la diferenciación, separarnos de nuestros padres sistémicos, agradeciendo todo lo que nos enseñan pero encontrando nuevos caminos que se ajusten a las nuevas realidades sociales en las que nos encontramos. Creo que es fundamental ampliar a la comunidad y al contexto social, haciendo que nuestras prácticas sean modos de relación seguras favorecedoras de cambio, ¿Puede la Teoría del Apego aportarnos algo no solo en lo que necesita el niño/a o la familia, sino también en lo que necesita la sociedad? ¿Qué pueden aportar los modelos basados en el Construccionismo Social donde ya no somos expertos que intervienen sino co-constructores de discursos igualitarios con el otro? ¿Qué pueden aportarnos las Teorías Estructurales y Estratégicas aplicadas a la familia, para entender el entramado de relaciones culturales y sociales? Sigo ampliando en mis reflexiones y sigo concretando en mis prácticas con las personas que vienen a consultarme, aquí me llevo muchísimas ideas para ofrecer posibilidades a las familias, parejas, personas y profesionales que atiendo, ahora una semana con mi familia, nada mejor para atenderme yo mismo…